¡No dejes que tus gestos te traicionen!
Ruborizarse, hablar “con las manos”, caminar con los hombros caídos… Tus actitudes traicionan tus emociones y pensamientos. ¿Y si estos gestos mímicos tienen el mismo impacto que la palabra? ¿Cómo controlar estos mensajes que envías sin darte cuenta? ¿Cómo asegurarte que juegan a tu favor? Aprende a descifrar y controlar estos mensajes no verbales.
Vigila tu cuerpo
He aquí algunos consejos que pueden ayudarte a controlar mejor esta comunicación:
- Debes prestar atención a la posición de tu cuerpo. ¿Está en postura de retirada (con la espalda apoyada en el respaldo y el cuerpo hundido en el asiento) o en postura atenta (inclinado en dirección del interlocutor)? ¿Te da la impresión de estar abierto al discurso de tus interlocutores (los hombros desbloqueados) o de estar cerrado a la conversación (brazos y piernas cruzados)?
- Debes estar derecho, pero sin que parezca que estás rígido. Esta postura liberará tu diafragma, que tiende a contraerse cuando estás estresado, y te permitirá respirar mejor y aumentar la confianza en ti mismo. Tu interlocutor percibirá este hecho de forma inconsciente; -No frunzas el ceño. No aprietes las mandíbulas. Si relajas voluntariamente el rostro, también descomprimirás el cuerpo y la mente...
- ¡Sonríe! Es un consejo tonto, pero permite despertar la simpatía en las personas que te encuentras. Esto te hará sentir cómodo rápidamente y podrás entablar una conversación de forma más sencilla.
- La tonalidad, la intensidad y la elocución reflejan la calma y la confianza en uno mismo.
- Atrévete a enfrentarte a las miradas de los demás. ¡Lo más habitual es que tu interlocutor no vea nada negativo! No te olvides que la mirada es fundamental: es el primer contacto con el otro.
Comienza por poner en práctica estos consejos en las situaciones que te resulten más familiares y enseguida podrás aplicarlos con más facilidad y naturalidad cuando te encuentres en situaciones nuevas.
S. Rochefort
¡Alto a la violencia verbal!
Comentarios descorteses, conversaciones agresivas… La violencia verbal es una realidad. Pero quizás es más insidiosa que los insultos. ¿Cómo neutralizar los ataques y los conflictos a través de la palabra? ¿Cuáles son las claves de un diálogo sin estrés?
© Jupiter
Todos hemos tenido más que palabras con alguien o hemos hecho comentarios tan punzantes como la picada de un abejorro. Sin embargo, la violencia verbal no sólo aparece en estos casos. A veces, la manera como nos dirigimos a los demás o la elección de ciertas palabras nos sentencian como culpables de agresión.
¡No a los insultos!
En efecto, no eres de una naturalidad agresiva o vulgar. Sin embargo, ya sea en el coche o viendo un partido de fútbol, tu vocabulario no se aleja mucho del de un camionero. Debes eliminar los insultos de tus expresiones y prohibirte articular calificativos muy peyorativos (y mucho más en público). Aunque no te des cuenta, estas palabras denotan una forma de violencia. Es normal que el comportamiento de los demás te exaspere. Es el destino de cualquier vida en pareja o familiar y lo más habitual en una vida social en general. La proximidad a los demás precisamente exige hacer concesiones y aceptar comportamientos diferentes. Es inútil que te enfades por las pequeñas manías de tu pareja, o que refunfuñes después de que tu hija se haya pasado horas al teléfono.
No seas muy directivo
Sin embargo, la violencia verbal no se resume únicamente en palabras malsonantes o en un enfado excesivo. También puede encontrarse en tu tono de voz o en la manera como te diriges a los demás. Algunos comentarios, o palabras, son violentos. Pueden dejar heridas aunque parezcan invisibles.
Evitar este tipo de comportamiento puede hacerse mediante el principio de nodirigismo, por ejemplo, descrito por Carl Rogers (psicólogo norteamericano, 1902-1987). De forma sistemática, en vez de decirle a tu pareja “para de dejar tus cosas por todos lados”, lo cual es agresivo, es preferible hablar siempre en primera persona: “estoy molesto porque todas tus cosas están por aquí”. Esto elimina una parte de la violencia y da pie al diálogo.
Comunicación no violenta
Este principio de no-dirigismo ha sido retomado por Marshall Rosenberg, un alumno de Carl Rogers, que ha creado su propia disciplina: la comunicación no violenta. En grandes líneas, propone eliminar las agresiones relacionadas con nuestro modo de expresión con el objetivo de reducir el estrés de la vida cotidiana, de neutralizar la agresividad y la cólera y de escuchar y comprender mejor a los demás.
Wayland Myers, autor de un libro sobre comunicación no violenta, ha definido tres reglas a seguir cuando nos dirigimos a nuestro interlocutor:
-Describe los hechos. No pongas etiquetas o sermonees al otro; -Saca a la luz los sentimientos y las necesidades. Evita los reproches o una actitud defensiva; -Requiere acciones deseadas. No utilices exigencias, amenazas, órdenes o manipulaciones.
Existen varias formaciones en comunicación no violenta destinadas a los educadores y profesionales que están en contacto con el público. En tu escala, atender a este tipo de formación te puede parecer superfluo. Sin embargo, intenta limitar las charlas demasiado agresivas y escucha un poco al otro. ¡Verás que la comunicación sin estrés te cambia la vida!
Alain Sousa
CONTROLAR LAS EMOCIONES
¡Conserva la calma en todas las circunstancias!
Cuando vives una situación de estrés profesional, cuando te enfadas con tu pareja o cuando tu hijo te saca de quicio, es muy difícil mantener la calma, especialmente si todo a tu alrededor se altera, ¡como tú! ¿Cómo mantenerse sereno frente a cualquier problema?
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Siempre ocurre lo mismo: cuando estás estresado o enfadado; cuando una pequeñez se desliza por la mecánica bien organizada de tu vida, ¡es imposible que mantengas la calma! Es el pánico lo que empeora esta situación. ¿Cómo aprender a desapegarse, a responder mejor a esta tensión que te invade para solucionar lo que te contraría? Regla número uno: ¡cálmate!
Dosifica las emociones
Tu vida está conducida por momentos más o menos estresantes, más o menos felices y más o menos previsibles. Para enfrentarte a ellos, es necesario que aprendas a controlarte, a dosificar las emociones, las reacciones y a no hundirte cuando un obstáculo aparece en tu camino. Así, cuando estés atascado en un embotellamiento o al borde de una crisis de nervios porque tus hijos llevan gritando una hora, la solución no es ponerte a gritar como un histérico.
Aquí te presentamos algunos consejos para mantener la calma cuando crees que el cielo se te va a caer encima: tómate un tiempo para respirar profundamente antes de decir o hacer cualquier cosa. Después, intenta ser lo más objetivo posible: analiza la gravedad de la situación, piensa en recursos que puedes utilizar para afrontar el problema y en las soluciones que adoptarás para resolverlo. Si consigues hacer esto, significa que vas por buen camino.
¡Déjate ayudar!
Piensa también en la relajación, ya que te permitirá aprender a encontrar la calma en todas las circunstancias. Existe un gran número de técnicas muy variadas, en grupo o individuales y en casa, en el trabajo o en un curso especializado. La respiración, los estiramientos y el trabajo sobre las sensaciones corporales forman parte de los ejercicios típicos de relajación. Éstos pueden cambiar tu manera de comprender y solucionar los acontecimientos difíciles.
Debes ser realista; no eres Superman, ni Wonderwoman, así que si un problema te supera, no dudes en acudir a alguien del exterior. Si reconoces tus límites y compartes tus obstáculos con los demás, te resultará más fácil solucionarlo la siguiente vez. Relativiza también tus errores y las dificultades con las que te topas, pues forman parte de la vida. No obstante, si te resulta realmente difícil relajarte y te sientes angustiado muy a menudo, medita la opción de consultar con un especialista.
Calma y calidad de vida
En algunas ocasiones, es bueno dejarse llevar un poco, ya que te permite obtener lo que quieres, pero debes saber que si te controlas y conservas la calma, esto te aportará una calidad de vida mucho mejor. Sobre todo en un mundo donde todo es rápido, donde el silencio es raro y donde es difícil encontrar un momento de tranquilidad.
No te olvides que el pánico sólo favorece el pánico, ¡así que declínate por una actitud zen! ¡Verás cómo mejora tu bienestar y el de las personas que te rodean!
Marion Capeyron
¡Expresa tus emociones!
¿Por qué a veces al ver nuestros defectos reímos a carcajadas y otras nos ponemos a llorar? Si bien nuestras emociones pueden “provocar cierto desorden”, también son, para cada uno de nosotros, valiosas guías de vida. Así pues, ¡déjate llevar!
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Nuestra cultura desaprueba las avalanchas emocionales, sean cuales sean. Desde pequeños, aprendemos a frenar nuestras “conmociones”, a disimularlas e incluso, algunas veces, llegamos a asfixiarnos. ¡Qué lástima!
¿Qué son los sentimientos?
Los sentimientos son reacciones afectivas naturales hacia aquello que nos llega.
Pueden ser agradables (como la alegría, por ejemplo) o desagradables (tristeza, miedo, enfado…). Débil o intensa, la emoción se manifiesta a nuestras espaldas.
Esta emoción puede estar acompañada por otras sensaciones: rubor, temblores, palpitaciones, interrupción o activación del pensamiento, mutismo, etc.
Los sentimientos pueden alterarte, hacerte proceder o hacerte reaccionar; puedes observar fácilmente estas reacciones impulsivas en los animales o incluso en los niños pequeños: un animal asustado huye o se esconde; el niño, en cambio, estalla en una rabieta o se pone a llorar… Las emociones han jugado un papel muy importante en la evolución del ser humano desde tiempos remotos: el miedo para protegerse del peligro, la cólera para movilizar la energía… La emoción también permite reacciones rápidas. Hace la función de alarma al transmitir un mensaje mínimo, es cierto, pero vital.
En nuestro mundo civilizado, los sentimientos han perdido su valor de supervivencia, pero, sin embargo, no son inútiles. Aunque a veces los perturbemos un poco, siempre nos ayudan a sacar algo bueno.
Espejo del alma…
Nuestras emociones nos hablan de nosotros mismos, de aquello que nos gusta y aquello que nos desagrada, de lo que nos asusta y lo que nos irrita. Nos recuerda quiénes somos, bajo el barniz de nuestra educación y nos proporcionan valiosas indicaciones de los caminos que debemos tomar o esquivar. Si no hacemos oídos
sordos a lo que nuestros sentimientos nos dicen, nos pueden ayudar a tomar decisiones sin dejar de ser fieles a nosotros mismos… Puede aplicarse al trabajo, a la pareja sentimental, a decantarse por un estilo de viaje o sencillamente a escoger una película para ver esta tarde. Los estudios acerca del cerebro* han demostrado que si a una persona se le priva accidentalmente de su memoria emocional tiende a tomar las decisiones de forma racional, lo cual es muy negativo.
¡Tienes derecho a llorar!
Nuestras emociones son la expresión de nuestra vida afectiva. Reconocerlas, aceptarlas y permitirte expresarlas en el momento adecuado nos puede hacer mucho bien. Llorar cuando estás triste, gritar cuando tienes miedo o manifestar un enfado son maneras de liberar las tensiones que acumulas.
Si no deseas expresar tus sentimientos o prefieres enterrarlos en lo más profundo de ti, es necesario, sin embargo, hacer “tolerables” sus manifestaciones para la sociedad en la que vivimos. No es recomendable que te pongas a llorar cuando tu jefe entra en cólera. Es preferible, entonces, que dejes que tu tristeza se manifieste cuando entres en tu casa, lo cual te permitirá deshacerte de la tensión que cargas contigo.
Acepta tus emociones, controla tus reacciones
Nuestras emociones no son buenas ni malas en esencia, sino más o menos incómodas y más o menos intensas según los acontecimientos, pero también según la persona. Ninguno de nosotros reaccionamos de la misma forma ante la emoción. Si bien algunos “pierden los estribos” por miedo a las cosas, otros conservan más fácilmente la calma frente a situaciones peores. Sea como sea, no podrás tener una vida social si das rienda suelta a las innombrables emociones que se te cruzan cada día. Dar vía libre a nuestros arrebatos emocionales será tan negativo como esconderlos. Así pues, no tienes otra opción que controlarlos.
Encontrar un equilibrio
Para evitar grandes explosiones, “golpes de Estado” emocionales, es necesario que tomes conciencia de la emoción que te invade, como por ejemplo, de la cólera que “te saca de quicio”. En ese momento, puedes acudir a tu capacidad de razonamiento para calmarte. En el caso de un adulto, al contrario de un niño pequeño, el campo de las reacciones posibles es inmenso y bastan algunos segundos de atención para evitar comportarse de forma desconsiderada. Cuando las emociones te traicionan, lo más habitual es que no las aceptes, ni siquiera en tu foro interno. Ahora bien, sólo si permites expresarlas, de algún modo u otro, puedes empezar a domesticarlas.
De este modo, no se trata de liberar las emociones en beneficio de la razón, sino, sobre todo, en encontrar la armonía entre las dos. Tener una vida sentimental satisfactoria, sin dejar de ser fiel a uno mismo, supone conseguir mantener esto en un equilibrio siempre frágil.
Dominique Pir
Superar la angustia
Manos húmedas, el corazón que late a toda velocidad, piernas temblorosas, boca seca… En el momento de presentarte a un examen oral o a una entrevista de empleo, de entrar en escena para un espectáculo de teatro amateur, de pedir la palabra en un seminario de formación, ¿te sientes paralizado? Aquí te presentamos trucos profesionales para evitar los nervios.
© Jupiter
Tener angustia, o nervios, no es una enfermedad. Al contrario, es normal cuando sientes este temor intenso ante una prueba importante, aunque pasajera. Lo fundamental es intentar controlar este miedo, ya que te ayudará a dar lo mejor de ti mismo.
Siete trucos para evitar los nervios
1 – Piensa en positivo
No construyas escenarios catastróficos. Al contrario, cuando te imagines en situación, imagina un público entusiasta, colaboradores encantados con tu actuación. Esto reforzará la confianza en ti mismo.
2 - Prepárate a la perfección
Cualquier debilidad es fruto de angustias suplementarias y, bajo la emoción y el miedo, te arriesgas a olvidarte instantáneamente de todo lo que no hayas integrado a la perfección. ¡Mejor entonces ir preparado! Para una reunión de trabajo, organiza fichas con resúmenes con algunas palabras clave subrayadas en rojo que te ayudarán a iniciar tu intervención, o por si pierdes el hilo de tu exposición. Debes conocer el texto de principio a fin (ya sea una obra de teatro o una lección de estudiantes) y revisarlo lo suficiente para estar a punto.
3 - Practica
Pídele a alguien de tu entorno que te ayude durante tu preparación. Puede escuchar tu texto, interpretar el papel del examinador (en caso de un examen), hacerte preguntas (en caso de una entrevista profesional), intentar desestabilizarte… Esto será como un entrenamiento para que aprendas a reaccionar y no permitas “derrumbarte”.
4 – Haz un ritual
La mayoría de bailarinas tienen sus pequeñas manías para combatir los nervios: un talismán que tocan antes de subir al escenario, un alimento que ingieren o una prenda de ropa que llevan en particular. Haz lo mismo.
5 – Tranquilízate
Justo antes de tu intervención, intenta estar tranquilo y calmar tu espíritu. En vez de releer otra vez tus fichas, lo cual te estresará todavía más, intenta dejar la mente en blanco y relajarte: escucha música, pasea por un parque público...
6 – Controla tu respiración
La respiración es fundamental. Cierra los ojos, coloca una mano sobre tu pecho y la otra sobre el diafragma, inspira profundamente por la nariz y expulsa el aire lentamente, controlándolo. Repite varias veces este gesto antiestrés justo antes del momento crucial.
7 - ¡Y dale caña!
No alargues tu discurso, o tu texto, dándole vueltas y vueltas, pues sólo aumentarás tu ansiedad. Haz lo contrario, intenta acabar lo más rápido posible.
Por definición, los nervios son un miedo ante una prueba, un temor que desaparece rápidamente una vez ésta ya ha acabado. ¡Sólo tienes que sufrir unos pocos segundos!
Isabelle Delaleu