Evo Morales expropia la filial de Red Eléctrica Española en Bolivia
Se veía venir. Y habrá más, porque el venezolano Chávez, el ecuatoriano Correa y otros 'bolivarianos' del mismo tenor ya han dejado saber que seguirán con entusiasmo la senda antiespañola marcada por la peronista argentina Cristina Kirchner.
El boliviano Evo Morales ha dispuesto la expropiación las acciones de Red Eléctrica Española (REE) en una empresa transportadora de energía en Bolivia y ha ordenado a las Fuerzas Armadas custodiar las instalaciones de la firma.
Desde el Palacio Quemado de la ciudad de La Paz, en un acto del Día del Trabajo, Evo Morales lo ha dejado claro:
"Hoy día nuevamente, como justo homenaje a los trabajadores y al pueblo boliviano que ha luchado por la recuperación de los recursos naturales y los servicios básicos, nacionalizamos la Transportadora de Electricidad".
La nacionalización ejecutada por el indigenista Morales en Bolivia llega justo dos semanas después de que el Gobierno de Argentina expropiara YPF a la petrolera española Repsol.
LA SOLEDAD DEL CONQUISTADOR ACORRALADO
Por su interés, reproducimos el artículo publicado el pasado 30 de abril de 2012 por Guillermo G. Olmo en el diario 'ABC':
1992: España conmemora el V centenario del descubrimiento de América. Se ha convertido en referente para la comunidad internacional por su ejemplar transformación política y su pujante economía.
El mundo admira a esa joven democracia que celebra jubilosa fastos como los Juegos Olímpicos de Barcelona o la Exposición Universal de Sevilla. Veinte años después, abril de 2012, la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner anuncia la expropiación del 51% de las acciones de YPF en poder de Repsol, ignorando las airadas advertencias del Gobierno español.
El conflicto en torno a la petrolera no es el único que indica que España tiene un serio problema con su deteriorada reputación internacional.
Mientras los mercados acosan al cada vez más fatigado Tesoro español, Sarkozy se pasa la campaña electoral francesa poniendo al legado de Rodríguez Zapatero como ejemplo desastroso y el italiano Mario Monti se acostumbra a desmentir los vituperios a las finanzas españolas que la prensa le atribuye.
¿Qué ha pasado en estos veinte años para que España haya perdido su crédito?
¿Cómo se ha convertido un país dinámico y en expansión en otro deprimido y denostado?
Ahora el empeño del Gobierno Rajoy en restaurar el crédito perdido empiza a dar su frutos. Pero esta es una historia que comenzó hace mucho tiempo. Fue en la década de 1990 cuando se produjo el desembarco empresarial español en Iberoamérica.
La prensa económica anglosajona, la misma que hoy lanza saetas envenenadas, lo aplaudía y hablaba de los «nuevos conquistadores».
Atraídos por la facilidad que el idioma común suponía para los negocios, el capital de Telefónica, Repsol, BBVA y otros colosos «made in Spain» hacía el mismo camino que siglos antes las armas de Hernán Cortés y Pizarro.
«Potencia media»
España disfrutaba de una imagen de hermano modélico y dilecto para la comunidad iberoamericana, una imagen construida con mimo gracias a iniciativas como la creación de la Agencia Española de Cooperación Internacional y la celebración de las primeras Cumbres Iberoamericanas.
Parafraseando al historiador Juan Bautista Vilar, se completaba la transformación «de pequeña nación a potencia media».
Pero, paradójicamente, la actividad empresarial coadyuvó a minar ese prestigio entre amplios sectores de una izquierda nacionalista que iba a tomar el control de muchos estados en la región.
Rafael García Pérez, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Santiago, ha señalado que «la adquisición de una posición dominante en los sectores energético, financiero y de las telecomunicaciones por parte de las empresas españolas ha transformado la percepción de España en el continente difundiendo la imagen de "nueva conquista"».
Pedro Pérez Herrero, del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Alcalá de Henares, cree que España ha pasado de madre a madrastra para las que fueron sus colonias y que desde este lado del Atlántico no se ha atendido «a las reclamaciones de los países latinoamericanos por el trato vejatorio a sus ciudadanos en los aeropuertos españoles y las condiciones de trabajo a las que se ven sometidos muchos inmigrantes en España», algo que para este investigador contrasta con el trato dispensado en América a los españoles exiliados tras la Guerra Civil.
Sin embargo, en los tiempos en los que las cosas iban viento en popa cualquier potencial descontento hacia España quedaba silenciado y su fortaleza disuadía de acciones hostiles como la adoptada ahora por Buenos Aires.
España se comportaba como lo que era, un país competitivo, que invertía en el exterior y que trataba de dotarse de una presencia diplomática acorde con su creciente peso en el mundo.
Con este objetivo, el Gobierno de José María Aznar elaboró en 2000 su Plan Estratégico de Acción Exterior, que, en palabras de García Pérez, buscaba «situar a nuestro país entre las grandes potencias».
Aznar y su ministro de Exteriores, Josep Piqué, se proponían hacer de la cultura y el idioma de Cervantes, junto con el impulso inversor, el vehículo para una mayor influencia en el mundo, prestando mayor atención a la emergente región Asia-Pacífico.
Debilitada por la crisis
La crisis económica y su especial virulencia en España truncaron aquellos proyectos e iniciaron el declive con el que ahora brega el equipo de Mariano Rajoy.
Tampoco ayudó la torpeza en política exterior de los gobiernos de Rodríguez Zapatero. Así llegamos a un momento como el actual, en el que la proliferación de afrentas a España no es casual.
Vicente Palacio, del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas, sostiene que «es evidente que nuestra debilidad anima a muchos a clavarnos el aguijón».
Este analista vaticina que a la crisis de Repsol e YPF pronto le sucederán otras: «El Gobierno debe estar muy preocupado por Marruecos, porque siempre ha aprovechado los momentos de debilidad de España para montar cosas como la Marcha Verde, y este es uno de esos momentos».
La competencia globalizada no conoce la compasión. España está en apuros y ahora es una presa fácil y codiciada, lo que amenaza sus intereses.
Como Fernández de Kirchner, otros dirigentes pueden verse tentados a atacar el «eslabón débil» de una Europa languideciente.
Pérez Herrero apunta a otra posible causa para las actuales tribulaciones de las inversiones españolas: «No parece haber una política de Estado con respecto a América Latina. El plan era confiar únicamente en las fuerzas del mercado».
En el vórtice de esas fuerzas, como está comprobando España, hay lealtades que se diluyen. Sirve como ejemplo la tibia respuesta inicial a la petición de solidaridad de Madrid en esta crisis.
Según Vicente Palacio, para el «Tío Sam» esta polémica «no es asunto suyo porque a ellos no les han tocado sus empresas. Además, nos tenían una guardada porque nos convertimos en su gran competidor como inversores en América Latina».
Pero, a pesar del panorama adverso, según un diplomático que prefiere mantenerse en el anonimato, «España no está inerme y puede hacer valer sus argumentos». Se trata de revigorizar la actividad, algo que ya está haciendo el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, y que ha conseguido templar la frialdad inicial de Washington.
Queda mucho por hacer, porque todo pasa por la titánica tarea del saneamiento económico del país, pero el Gobierno está decidido a llevarla a cabo, sea el que sea su coste electoral.
Cuando las cuentas cuadren, el horizonte se despejará, porque, como dice Vicente Palacio, España tiene algo de lo que no muchos pueden presumir, «una elevada presencia, política, económica y cultural en el exterior».
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